Mario Vargas Llosa convirtió una carta de batalla sobre su vida en un discurso emocionante que les llevó a las lágrimas a él; a su mujer, Patricia; a sus hijos; a los amigos que le acompañan en Estocolmo y a su agente, Carmen Balcells, que lleva sus asuntos desde hace medio siglo.
El Nobel fue el primero que lloró, y ya, en el folio décimo de su discurso, el auditorio le siguió; lo que hasta entonces era el recuento combativo de toda una vida se tiñó de una emoción de cuya intensidad él mismo se sorprendió. "¡Y yo que nunca lloro!", nos dijo, al bajar del atril.
La emoción del Nobel prorrumpió cuando dijo estas palabras en el tramo final de su discurso: "El Perú es Patricia, la prima de nariz respingada y carácter indomable...". A partir de "indomable", Vargas no se pudo contener, así que fue leyendo a trompicones, entre lágrimas e hipidos, hasta que alcanzó la cuesta final de este párrafo que convierte su discurso en algo especial, no tan frecuente en ocasiones así. "Ella hace todo y todo lo hace bien", dijo, a duras penas, "administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir..."
EL PAIS (Juan Cruz- Enviado especial Estocolmo, 8 de diciembre de 2010)
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